Albert Speer: El arquitecto que pudo reemplazar a Hitler!!

La trayectoria artística y política del joven llegado a la cima del nazismo gracias a sus monumentales proyectos estéticos, concebidos para honrar la existencia milenaria del "Tercer Reich"

En una de las páginas de su diario, en 1943, el doctor Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de la Alemania nazi, escribió: “Speer sigue en la cima con el Führer. Es realmente un genio de la organización”. Goebbels también acompañaba a Hitler en las alturas. ¿Por qué el tono lastimero de sus frases? Muy sencillo: para el año en referencia, Albert Speer era considerado, entre la élite nazi, uno de los sucesores posibles del Führer.
Nada mal para un hombre nacido en marzo de 1905 dentro de la clase media de Mannheim, que quiso ser matemático pero terminó por estudiar Arquitectura en el Instituto Tecnológico de Karlsruhe y más adelante en las universidades de Munich y Berlín. El golpe de timón en su profesión lo dio gracias a los consejos de su padre, quien le dijo: “Vas a llevar (como matemático) una vida sin dinero, sin posición y sin futuro”.
Al parecer, los progenitores de Speer tenían como pasatiempo favorito intervenir en la vida de sus hijos, pues a mediados de 1922, cuando el joven comenzó a cortejar a la señorita Margarete Weber, la madre de Albert le dijo a éste que no se fuera a casar con una mujer que era “socialmente inferior” a su familia. Como suele suceder en estos casos, y en cuanto pudo, Albert contrajo matrimonio con Margarete en agosto de 1928.
Dos años después de su enlace, Speer, junto con algunos de sus compañeros de universidad, acudió a un desfile nazi en Berlín. De uniforme azul, contrariamente a la vestimenta café con la que aparecía en los carteles propagandísticos, Adolf Hitler encabezó el acto. Para Speer aquella marcha fue una epifanía. Los discursos y la oratoria de aquel hombre insuflaron de patriotismo al joven. Ya encarrerado, semanas después fue a otro desfile, éste encabezado por un tipo llamado Joseph Goebbels. El frenesí que despertaron las palabras de éste entre la muchedumbre no se comparó con aquel logrado por Hitler.
Aun así Speer se afilió al Partido Nacional Socialista en enero de 1931 —le fue asignado el número de miembro 474 mil 481— sin saber en ese momento los peldaños que escalaría dentro de la difícil estructura burocrática nazi. Lo que estaba fuera de toda duda era que el joven creía en Hitler y en el nazismo, y sólo en ambos confiaba para detener el avance comunista que amenazaba con incendiar Europa, además de que, por otro lado, contaban con la capacidad para restaurar la gloria del imperio germano, que, en opinión de Speer, languideció durante la República de Weimar.
El hecho de que Speer fuera la única persona que tenía auto en el barrio berlinés de Wannsee le significó obtener la jefatura de la Asociación de Automovilistas del partido en esa zona. El joven informaba sobre el desarrollo de las actividades al líder correligionario del West End de Berlín, Karl Hanke, quien, aprovechando su posición partidista y al enterarse de que Speer era arquitecto, lo contrató sin honorarios para remodelar una villa que recientemente había rentado.
Hanke quedó tan satisfecho con los resultados de la remodelación que en julio de 1932 presentó al joven arquitecto con Goebbels, recomendándolo como la persona indicada para renovar los cuarteles del partido en Berlín. Aunque el arquitecto cumplió con creces la tarea asignada, todo terminó ahí. Tuvo que regresar a Mannheim, su ciudad natal, a esperar un nuevo llamado. Por radio, Speer siguió la ceremonia en la que Hitler fue investido como canciller en enero de 1933.
La llegada del partido nazi al poder benefició a Speer, quien fue nuevamente requerido en Berlín por parte de Hanke. De inmediato fue puesto en contacto con Goebbels, ahora ministro de Propaganda, quien le encargó renovar su edificio ministerial de Wilhemplatz. En ese mismo año correspondió al arquitecto diseñar el escenario de la conmemoración del Día de Mayo en Berlín. El éxito iba de la mano de Speer, por lo que se le encargó que echara un vistazo al diseño original del Schützenfest, un club de rifle que fungía como lugar de recreo para las autoridades militares nazis. Mientras lo veía desplegado en el escritorio de Hanke, éste lo retó a que presentara un proyecto mejor. Speer aceptó el desafío y propuso una maqueta que entusiasmó al propio canciller Hitler, quien se mostró encantado con las enormes banderas que circundarían el inmueble. Para el arquitecto veterano Heinrich Tessenow, una de las glorias vivientes de la arquitectura alemana, aunque ya un tradicionalista del diseño, aquello era excesivo, por lo que encaró a Goebbels —quien se adjudicaba el crédito del diseño— y le dijo: “¿Crees que has creado algo? Es sólo un espectáculo”.
ENCUENTRO CON HITLER
El primer encuentro personal con el canciller Hitler fue agridulce. Los organizadores del desfile de 1933 del partido nazi en Nuremberg solicitaron a Speer un diseño, por lo que el arquitecto tuvo que visitar al Führer. Ni el propio Rudolph Hess, cercanísimo al mandatario, sabía si aprobaría el plan. Speer entró al departamento de Hitler en Munich; mientras limpiaba una pistola, el canciller estudió el diseño y lo aprobó sin siquiera tomarse la molestia de mirar al joven arquitecto. Días después lo nombró Comisionado para la presentación artística y técnica de las demostraciones y desfiles del Partido. Así comenzó el ascenso verdadero de Speer en la jerarquía nazi.
Feliz porque por fin había encontrado a un joven capaz de hacer realidad sus propios sueños arquitectónicos de la nueva Alemania, Hitler encargó a Speer la renovación de la Cancillería. Diaria y religiosamente, el mandamás alemán solicitaba informes al arquitecto sobre el progreso del proyecto. Finalmente, Hitler invitó a Speer a almorzar, convirtiéndolo en integrante de su círculo cercano de amigos y colaboradores. Sin importar la hora, el canciller mandaba llamar al universitario para charlas cotidianas o profesionales. La mayoría de veces discutían sus temas a la hora de la cena.
La renovación de la Cancillería fue el primer paso de un proyecto monumental de transformación arquitectónica con visos de convertir Berlín en la metrópolis de Germania, la pieza central del mundo civilizado. En 1937, Speer fue convidado oficialmente a hacer que el sueño se volviera realidad.
Un año después, el 28 de enero de 1938, el proyecto y los planos, elaborados con rapidez inusitada, fueron hechos públicos. Ciudadanos y medios reaccionaron con entusiasmo y celebraron la megalomanía urbanística de Hitler. Los periódicos de la época no escatimaron tinta para explicar y festinar el proyecto. De aquellas notas vale la pena rescatar una, del Völkischer Beobachter, que apuntó: “Desde este desierto de piedra emergerá la capital de un Reich de mil años”. La visión milenarista de Hitler fue comentada incluso por The New York Times, que reconoció al plan del ya entonces Führer como “quizá el programa de planificación más ambicioso de la era moderna”.
MEGACONSTRUCCIONES
El investigador Roger Moorhouse, en su artículo “Germania: Hitler’s Dream Capital”, publicado en History Today (25 de febrero de 2012) señala que el proyecto de Germania se dio en medio de una orgía de grandes construcciones, y pone de ejemplo la nueva Cancillería del Reich, con 400 metros de longitud, terminada en 1939 con un costo que superó los 90 millones de reichsmarks, la moneda corriente en Alemania de 1924 a 1948.
Moorhouse también destaca el Estadio Olímpico, inaugurado en 1936, con cupo para 100 mil espectadores sentados, un complejo enorme que tuvo, explica el investigador, “fines más políticos que deportivos”. No se puede dejar de lado el Ministerio de Aviación de Göring —un monstruo arquitectónico que alguna vez fue considerado el edificio burocrático más grande del mundo—, culminado en 1936 y que albergó “dos mil 800 oficinas desplegadas en siete pisos, con cuatro mil ventanas y casi siete kilómetros de corredores”.
Un caso más: el Palacio del Congreso, modelado con base en el Coliseo romano y construido para albergar a 50 mil correligionarios nazis. Con 39 metros de altura (inicialmente se previó que fueran 70 metros), dicho mastodonte es el edificio más grande sobreviviente del periodo nazi.
Como proyecto, Germania fue la representación perfecta del nazismo. Una arquitectura majestuosa concebida para competir con las construcciones monumentales del pasado, como las erigidas en Egipto, Babilonia y la Roma antigua.
En este contexto, Speer creó el concepto de “valor de ruina”, en referencia a que los monumentales edificios erigidos durante el nazismo fueran construidos de tal forma que su placer estético sobreviviera miles de años después de haber sido levantados. Dichas “ruinas”, explicaba Speer, serían un testamento arquitectónico de la majestuosidad del Tercer Reich, como ha sucedido con la grandeza inmobiliaria legada por Grecia y Roma.
El plan de reconstrucción de Berlín, el proyecto Germania, no sólo se enfocaría en la construcción de edificios para las autoridades nazis: tenía prevista también la provisión de viviendas modernas, complejos comerciales, aeropuertos —incluso había la idea de contar con un espacio para hidroaviones en el lago de Rangsdorf—, así como parques en los que se pondría un cuidado especial a la flora y fauna alemanas.
Era tal la magnitud del proyecto que el padre de Speer, cuando se enteró del ambicioso plan, exclamó: “Todos ustedes se han vuelto completamente locos”.
El progenitor de Speer tuvo razón al avizorar la imposibilidad de aquella misión. La construcción de Germania, “la pieza central del mundo civilizado”, nunca trascendió el escritorio. Pocos diseños pasaron de la maqueta a la piedra. El más evidente es el bulevar oeste de la Puerta de Brandenburgo, aún iluminado por las elegantes luminarias propuestas por Speer. Sin embargo, los sueños de Hitler y sus autoridades también incidieron en la arquitectura que ya existía. Por ejemplo, la Columna de la Victoria, construida en 1873 como emblema de los triunfos sobre Dinamarca, Austria y Francia en la década 1860-1870, se desmontó y trasladó al lugar que ocupa en la actualidad para ceder su espacio al Eje Norte-Sur.
Lo que sobrevivió como símbolo de la inutilidad de un proyecto que no tenía otra razón de ser que el delirio de grandeza de Hitler, es el enorme bloque de hormigón que se aprecia en el suburbio Tempelhof: más de 12 mil toneladas de hormigón que presuntamente sirvieron a los ingenieros de Speer para el estudio de los suelos arenosos de Berlín, justo donde se preveía erigir el Arco del Triunfo. Ahí quedó, pesada, silenciosa, inservible la mole, como muchos de los grandes sueños de este histórico episodio rebosante de demencia.
En el caso de Germania, lo que caracteriza a la arquitectura del poder es que fue concebida ajena a los aspectos sociales, pues los edificios prácticamente serían inhabitables. El objetivo fue claro desde su origen: reducir a las ciudades y a los individuos a meros artículos de ornamento.
Dentro de la construcción de Germania, mención aparte merece el papel que jugó la ubicación de los campos de concentración. La red de estos lugares de reclusión y trabajo creció a partir de 1936, todo para proveer de materiales y fuerza de labor a la enorme ola de construcciones que se realizaron en las ciudades principales de Alemania. Mauthausen, Gross Rosen y Buchenwald, por mencionar algunos, fueron ubicados próximos a los cuarteles nazis. Sólo el primero proveyó la totalidad de la piedra que se utilizó para pavimentar las calles de Viena, mientras el campo Sachsenhausen, ubicado a las afueras de Berlín, fue conocido como “la fábrica de ladrillos más grande del planeta”.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario